lunes, 4 de febrero de 2013

RELATOS DE COFRADE ... FICCIÓN



RAYO PENITENCIAL

Noche cerrada. Son las diez y media de la noche y se abren las puertas de la dieciochesca ermita del Santo Cristo de las Ánimas del Campo de la Verdad. Al mismo tiempo se abre también una nueva página de la historia de las cofradías penitenciales cordobesas. Este siglo XXI nos ha traído muchas novedades pero esta pasa por ser una de las más gratas y sobrecogedoras para los cofrades.



La expectación de la muchedumbre agolpada ante las puertas del templo era patente. Los rumores sobre la puesta en escena de la reorganizada cofradía llevaban semanas recorriendo los medios cofrades, pero nada hacia presagiar una presencia en las calles tan cautivadora y estudiada. Acostumbrados a tiempos pasados de repetitivos remedos que poco aportaban a los que contemplaban las hermandades, vivimos ahora tiempos de consolidado análisis de lo que se quiere mostrar en la calle para hacer una auténtica catequesis plástica, razón fundamental de la estación de penitencia de las hermandades.

Apenas hay luz en el interior de la ermita. Sólo la llama de un gran Cirio Pascual que se encuentra encendido en el fondo junto al altar. También se puede apreciar la luz los faroles que portan los hermanos dispuestos en hileras para la salida. La primera pareja escolta a ambos lados de la puerta a otro hermano que se sitúa en el centro con una campanilla. Al tiempo otros cuatro hermanos avanzan en la penumbra portando en parihuelas una gran cruz de guía en madera barnizada y cuidadosamente tallada. Una banda labrada y estofada, recorre y envuelve la cruz en la que se inscriben en plata las palabras “Que la Luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu”. La cruz de guía llega hasta situarse detrás del nazareno que esperaba en la puerta y los hermanos que la portan hacen golpear, justo en ese momento, sus orquillas en el suelo, señal que sirve para que el hermano toque la campanilla y inicie su caminar por las calles. Pasada la cruz de guía, inician su tránsito el resto de nazarenos.

Las luces de la Plaza de Santa Teresa y de las calles adyacentes están apagadas. El agua de la fuente también esta en calma. El silencio de la multitud es absoluto. El ambiente y recogimiento no puede ser más propicio. La noche es algo fría después de que una fina lluvia cayera una hora antes lo que hizo temer por la suspensión: sólo fue un susto. Ahora es la luna de Nissan la que sirve de aliado para apreciar el rojo granate del hábito de sarga de los nazarenos, tanto para la túnica como para largo capirote. La túnica se ciñe con un cordón blanco. Nada es al azar ya que el rojo simboliza la sangre del martirio propio de los días de la Pasión y Muerte del redentor, que entronca con el blanco glorioso de la Resurrección. Los nazarenos calzan además sandalia negra. Significativos algunos de los atributos del cortejo: tres nazarenos centrales portan sucesivamente una custodia, una corona de espinas y un cirio blanco, elementos que simbolizan el Triduo Sacro: la custodia que nos recuerda la última cena del Señor y que va sobre un paño con las palabras “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”; la corona que nos evoca la pasión y muerte sobre un paño con las palabras “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y el cirio que porta la luz del Cirio Pascual sobre una paño con las palabras “Luz de Cristo. Demos las gracias a Dios”. El Triduo Sacro ya era motivo de celebración de esta misma corporación tras su fundación a finales del siglo pasado como cofradía de Gloria.


La cofradía discurre en su salida pausadamente pero sin paradas. Este transitar nos depara una nueva sorpresa: nazarenos de hábito negro completo, con el escudo de la reorganizada corporación en el cubrerrostro, correa negra y sandalias, rememorando el primitivo hábito de la antigua cofradía de disciplinantes del crucificado de las Ánimas y la Virgen del Rayo. Lo forman siete hermanos con labradas varas de madera excepto uno, con el libro de reglas con tapas en cordobés guadamecí en el que se inscribe el escudo de la cofradía. La heráldica describe dicho escudo con una cruz triunfante en el centro envuelta por una filacteria con el lema “Que la Luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu” – que ya habíamos visto en la cruz de guía –, y flanqueada a diestra y siniestra, y bajo el patibulum, por las letras Alfa y Omega respectivamente. Al pie de la cruz se sitúan una calavera bajo la cual se cruzan una espada y un cetro. Su posición sirve para simbolizar el triunfo de la cruz sobre la muerte y el poder terrenal. Toda esta simbología al pie es escoltada por cartelas: a la derecha una en blanco alegre y de fe con el Anagrama de María en azur concepcionista y otra a la izquierda en rojo martirial con una mariposa blanca que, aparentemente sin vida, es capaz de volar mostrando su poder para abandonar la crisálida, simbolizando así la Resurrección. La parte final del estipes y las cartelas están orladas con corona dorada de rayos. Decir que todos los hermanos enlutados pertenecen al cabildo de la cofradía que es como denomina la corporación a su junta de gobierno.

Una nube de incienso envuelve el ambiente. Cuatro hermanos con capuz agitan incensarios y preceden la salida del paso de Nuestra Señora de los Dolores y el Rayo, titular de la cofradía, que representa los momentos antes de la Resurrección de su Hijo. Otra peculiaridad que nos sorprende es la dirección del paso, llevado por un hermano también cubierto y que con discretas ordenes guía los pasos de la cuadrilla. Es el único que tiene permitido hablar ya que todos los hermanos cumplen estricta regla de silencio durante la estación. El paso se aproxima con el lento caminar de sus costaleros y se aprecia que sus medidas se han adaptado a las dimensiones de la puerta del templo. Es de planta ochavada, de estilo gótico-mudejar y cincelado en plata siguiendo la tradición cordobesa. En los respiraderos se alternan capillas, que reproducen arcos de la catedral y que albergan relieves con escenas posteriores a la muerte del Señor, con cuatro escudos: en el centro de la delantera, escudo de la cofradía flanqueado por ángeles, escudo de la ciudad en parte central derecha, escudo de España en central izquierda y en el centro de la trasera el antiguo escudo de la cofradía de gloria. Además, una serie de angelitos los recorren a modo de crestería con símbolos triunfantes, preludio de la Resurrección. Una canastilla también en plata, en forma de cúpula donde están labradas repetitivamente mariposas y palomas, entroniza a la imagen dolorosa rodeada por su característica ráfaga. Ángeles tallados sostienen cuatro faroles en las esquinas de la canastilla y otros cuatro similares en las esquinas de la peana, dan luz a la imagen. Las gualdrapas son en terciopelo rojo y bordadas en plata. En la delantera se reproducen las palabras:

“Yo SOY el Alpha y Omega
Yo SOY el Principio y el Fin
Yo SOY la luz que nadie puede apagar!
Yo SOY el Cristo en mí y a través de mí expandiéndose para toda la humanidad”

En la gualdrapa derecha esta bordada una escena en la que un ángel del Señor mueve la piedra del sepulcro y en la izquierda otra con las santas mujeres, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, mirando hacia el interior del sepulcro viendo que esta vacío. En la gualdrapa trasera vuelve a repetirse el lema de la cofradía:
Que la LUZ DE CRISTO, que resucita glorioso,
disipe las tinieblas del corazón y del espíritu”

Todas las gualdrapas están orladas con mariposas y palomas.
Once nazarenos con pequeños cirios blancos, número que recuerda a los Apóstoles que esperan la Resurrección del Maestro, se sitúan tras el paso y preceden al veterano coro Cantabile que entona cantos litúrgicos de la Pascua. El cortejo penitencial y glorioso se dirige por el Puente Viejo hasta la Santa Iglesia Catedral para hacer carrera oficial y estación ante el Santísimo. De vuelta a su barrio, recorrerá varias calles de la feligresía para entrar en su templo en torno a las tres de la mañana del ya Domingo de Resurrección.
La cofradía destila en su primera salida penitencial una gran madurez y produce un efecto de recogimiento y atracción. Es de esas cofradías que merece la pena ver una y otra vez para captar todos sus matices. Y aunque todo acaba nos sentimos afortunados los cofrades de Córdoba. ¡Ya tenemos un extraordinario Sábado Santo!

Javier Capilla 

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