RAYO PENITENCIAL
Noche cerrada. Son las diez y
media de la noche y se abren las puertas de la dieciochesca ermita del Santo
Cristo de las Ánimas del Campo de la Verdad. Al mismo tiempo se abre también
una nueva página de la historia de las cofradías penitenciales cordobesas. Este
siglo XXI nos ha traído muchas novedades pero esta pasa por ser una de las más
gratas y sobrecogedoras para los cofrades.
La expectación de la muchedumbre
agolpada ante las puertas del templo era patente. Los rumores sobre la puesta
en escena de la reorganizada cofradía llevaban semanas recorriendo los medios
cofrades, pero nada hacia presagiar una presencia en las calles tan cautivadora
y estudiada. Acostumbrados a tiempos pasados de repetitivos remedos que poco
aportaban a los que contemplaban las hermandades, vivimos ahora tiempos de
consolidado análisis de lo que se quiere mostrar en la calle para hacer una
auténtica catequesis plástica, razón fundamental de la estación de penitencia de las hermandades.
Apenas hay luz en el interior de
la ermita. Sólo la llama de un gran Cirio Pascual que se encuentra encendido en
el fondo junto al altar. También se puede apreciar la luz los faroles que
portan los hermanos dispuestos en hileras para la salida. La primera pareja escolta
a ambos lados de la puerta a otro hermano que se sitúa en el centro con una
campanilla. Al tiempo otros cuatro hermanos avanzan en la penumbra portando en
parihuelas una gran cruz de guía en madera barnizada y cuidadosamente tallada. Una
banda labrada y estofada, recorre y envuelve la cruz en la que se inscriben en
plata las palabras “Que la Luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las
tinieblas del corazón y del espíritu”. La cruz de guía llega hasta situarse
detrás del nazareno que esperaba en la puerta y los hermanos que la portan hacen
golpear, justo en ese momento, sus orquillas en el suelo, señal que sirve para
que el hermano toque la campanilla y inicie su caminar por las calles. Pasada
la cruz de guía, inician su tránsito el resto de nazarenos.
Las luces de la Plaza de Santa Teresa y de las calles adyacentes están
apagadas. El agua de la fuente también esta en calma. El silencio de la
multitud es absoluto. El ambiente y recogimiento no puede ser más propicio. La
noche es algo fría después de que una fina lluvia cayera una hora antes lo que
hizo temer por la suspensión: sólo fue un susto. Ahora es la luna de Nissan la
que sirve de aliado para apreciar el rojo granate del hábito de sarga de los
nazarenos, tanto para la túnica como para largo capirote. La túnica se ciñe con
un cordón blanco. Nada es al azar ya que el rojo simboliza la sangre del
martirio propio de los días de la Pasión y Muerte del redentor, que entronca
con el blanco glorioso de la Resurrección. Los nazarenos calzan además sandalia
negra. Significativos algunos de los atributos del cortejo: tres nazarenos
centrales portan sucesivamente una custodia, una corona de espinas y un cirio
blanco, elementos que simbolizan el Triduo Sacro: la custodia que nos recuerda
la última cena del Señor y que va sobre un paño con las palabras “Esto es mi
cuerpo que será entregado por vosotros”; la corona que nos evoca la pasión y
muerte sobre un paño con las palabras “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu”, y el cirio que porta la luz del Cirio Pascual sobre una paño con las
palabras “Luz de Cristo. Demos las gracias a Dios”. El Triduo Sacro ya era
motivo de celebración de esta misma corporación tras su fundación a finales del
siglo pasado como cofradía de Gloria.
La cofradía discurre en su salida
pausadamente pero sin paradas. Este transitar nos depara una nueva sorpresa: nazarenos
de hábito negro completo, con el escudo de la reorganizada corporación en el
cubrerrostro, correa negra y sandalias, rememorando el primitivo hábito de la
antigua cofradía de disciplinantes del crucificado de las Ánimas y la Virgen
del Rayo. Lo forman siete hermanos con labradas varas de madera excepto uno,
con el libro de reglas con tapas en cordobés guadamecí en el que se inscribe el
escudo de la cofradía. La heráldica describe dicho escudo con una cruz triunfante
en el centro envuelta por una filacteria con el lema “Que la Luz de Cristo, que
resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu” – que ya habíamos
visto en la cruz de guía –, y flanqueada a diestra y siniestra, y bajo el
patibulum, por las letras Alfa y Omega respectivamente. Al pie de la cruz se sitúan
una calavera bajo la cual se cruzan una espada y un cetro. Su posición sirve
para simbolizar el triunfo de la cruz sobre la muerte y el poder
terrenal. Toda esta simbología al pie es escoltada por cartelas: a la derecha una
en blanco alegre y de fe con el Anagrama de María en azur concepcionista y otra a la izquierda
en rojo martirial con una mariposa blanca que,
aparentemente sin vida, es capaz de volar mostrando su poder para abandonar la
crisálida, simbolizando así la Resurrección. La parte final del estipes y las cartelas están orladas con
corona dorada de rayos. Decir que todos los hermanos enlutados pertenecen al
cabildo de la cofradía que es como denomina la corporación a su junta de
gobierno.
Una nube de incienso envuelve el
ambiente. Cuatro hermanos con capuz agitan incensarios y preceden la salida del
paso de Nuestra Señora de los Dolores y el Rayo, titular de la cofradía, que
representa los momentos antes de la Resurrección de su Hijo. Otra peculiaridad que
nos sorprende es la dirección del paso, llevado por un hermano también cubierto
y que con discretas ordenes guía los pasos de la cuadrilla. Es el único que
tiene permitido hablar ya que todos los hermanos cumplen estricta regla de
silencio durante la estación. El paso se aproxima con el lento caminar de sus
costaleros y se aprecia que sus medidas se han adaptado a las dimensiones de la
puerta del templo. Es de planta ochavada, de estilo gótico-mudejar y cincelado
en plata siguiendo la tradición cordobesa. En los respiraderos se alternan capillas, que reproducen arcos de la catedral y que albergan relieves
con escenas posteriores a la muerte del Señor, con cuatro escudos: en el centro de la delantera,
escudo de la cofradía flanqueado por ángeles, escudo de la ciudad en parte central
derecha, escudo de España en central izquierda y en el centro de la trasera el
antiguo escudo de la cofradía de gloria. Además, una serie de angelitos
los recorren a modo de crestería con símbolos triunfantes, preludio de la
Resurrección. Una canastilla también en plata, en forma de cúpula donde están
labradas repetitivamente mariposas y palomas, entroniza a
la imagen dolorosa rodeada por su característica ráfaga. Ángeles tallados
sostienen cuatro faroles en las esquinas de la canastilla y otros cuatro
similares en las esquinas de la peana, dan luz a la imagen. Las gualdrapas son
en terciopelo rojo y bordadas en plata. En la delantera se reproducen las
palabras:
“Yo SOY el Alpha y Omega
Yo SOY el Principio y el Fin
Yo SOY la luz que nadie puede apagar!
Yo SOY el Cristo en mí y a través de mí expandiéndose para toda la
humanidad”
En la
gualdrapa derecha esta bordada una escena en la que un ángel del Señor mueve la
piedra del sepulcro y en la izquierda otra con las santas mujeres, María
Magdalena, María la de Santiago y Salomé, mirando hacia el interior del
sepulcro viendo que esta vacío. En la gualdrapa trasera vuelve a repetirse el
lema de la cofradía:
“Que la LUZ DE CRISTO, que resucita glorioso,
disipe las tinieblas del corazón y del
espíritu”
Todas las gualdrapas están orladas con mariposas
y palomas.
Once nazarenos con pequeños cirios blancos,
número que recuerda a los Apóstoles que esperan la Resurrección del Maestro, se
sitúan tras el paso y preceden al veterano coro Cantabile que entona cantos litúrgicos
de la Pascua. El cortejo penitencial y glorioso se dirige por el Puente Viejo
hasta la Santa Iglesia Catedral para hacer carrera oficial y estación ante el
Santísimo. De vuelta a su barrio, recorrerá varias calles de la feligresía para
entrar en su templo en torno a las tres de la mañana del ya Domingo de
Resurrección.
La cofradía destila en su primera salida
penitencial una gran madurez y produce un efecto de recogimiento y atracción.
Es de esas cofradías que merece la pena ver una y otra vez para captar todos
sus matices. Y aunque todo acaba nos sentimos afortunados los cofrades de
Córdoba. ¡Ya tenemos un extraordinario Sábado Santo!
Javier Capilla
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